He decidido empezar 30 días 30 libros con tres libros de sopetón. Tengo mis razones: la primera de ellas es que son del mismo autor y la temática es igual, la segunda es que con el tiempo no logro diferenciarlos por separado para hablar de ellos, y la tercera es la intensidad. Y si esto se convierte en 30 días 33 libros tampoco pasa nada. Vivan los triángulos.
Hablo de La noche en que Frankenstein leyó El Quijote, La sangre de los libros y El séptimo círculo del infierno de Santiago Posteguillo (reciente galardonado en los Premios Planeta 2018). Sobre el primero ya hice un apunte cuando lo leí en enero.
Su objetivo común es hacer aún más interesante y atractivo al lector el mundo de la literatura. Ahí es nada.
Son obras que, mediante capítulos cortos, presentan curiosidades y anécdotas de la literatura universal casi siempre sin desvelar el protagonista hasta el final. Y aunque, a veces, vas intuyendo de quién se trata por localizaciones o por haber oído alguna que otra historieta, en otras ocasiones te pilla de sorpresa.
Santiago sabe situarte en el contexto de una época mediante detalles curiosos sin caer en escribir un manual aburrido al uso. La lectura de cualquiera de los tres libros es amena y divertida. No obstante algún tomo te gustará menos que otro, o quizás no te guste ninguno. En mi caso, con el que menos disfruté fue con La sangre de los libros, pero creo que esto depende de qué anécdotas conozcas de antemano.
Cualquier enamorado de la famosa distopía de George Orwell, 1984, sabrá que en la habitación 101 (ubicada en el Ministerio del Amor) es dónde se lleva a los sospechosos para someterlos a lo que más temen.
En el caso de Winston Smith, nuestro protagonista, se le coloca una jaula en la cabeza llena de ratas (su mayor miedo) para que reniegue de su amor por Julia y ame al Gran Hermano.
Cada víctima puede evitar la aplicación real de la tortura sólo traicionando los últimos vínculos humanos que le queden y admitiendo la supremacía del partido y del estado. Qué horror ¿eh?
Me ha parecido curioso leer que algunos viejos hoteles británicos carecen de ella en honor a la novela de Orwell. Muchos pensarán que se trate de un error sin más, otros de un tema supersticioso.
Lo cierto es que esta habitación ha servido de inspiración en diferentes ámbitos. Tenemos por ejemplo la habitación de Neo en la película Matrix o el programa televisivo «Room 101» de la BBC, entre otros muchos.
Cómo se acerca el mes de abril en el que todos (lectores y no lectores) homenajearemos los libros, propongo un cuento infantil que fomente el amor por la lectura. Se trata de Habitación 101 del escritor Ramón Cerdá. Se puede leer en su blog personal o escucharlo en Youtube de la propia voz del autor.
En este breve texto he querido además hacer unos modestos y personales homenajes literarios: La habitación 101 aparece en el famoso libro 1984 de George Orwell, donde también la gente se enfrentaba a sus miedos. El hotel Overlook es donde transcurre la mayor parte de la historia de El resplandor, de Stephen King, y El conde de Montecristo, de Alejandro Dumas es en realidad el primer libro de adulto que leí siendo un niño.
Ramón Cerdá sobre su cuento infantil Habitación 101
He empezado 2018 con este simpático libro de Santiago Posteguillo. Se cuentan en él anécdotas y curiosidades literarias de forma muy amena y, lo mejor de todo, es que te provoca más ansia curiosidad por devorar ciertas obras claves de la literatura universal debido a la historia que éstas llevan detrás. La vida secreta de los libros.
Muchas veces me pasa que aunque tenga una lista interminable de libros por leer, no me apetece ninguno en concreto. Y paso días saltando de uno a otro, empezando varios para ver con cual de ellos me engancho. Por esta razón, personalmente, agradezco mucho este tipo de lectura. Te ofrecen un catálogo muy apetecible precisamente porque te explican sus singularidades. Te desbloquean.
Cada capítulo (que no suele ser mayor a cinco páginas) es una anécdota diferente. Por lo tanto, es perfecto para intercalar entre otras lecturas más densas, trayectos cortos en transporte o típicas esperas rutinarias.
El día 10 de noviembre se celebra el día de las librerías y he decidido recopilar algunas de las más originales que conozco. Si entro en una convencional ya es una gozada; por el olor, por el silencio, por el ambiente… pero si a eso le añadimos un toque de buen gusto y/o creatividad ¿qué más se puede pedir?
Atlantis Books, Santorini, Greece
Una librería de la que disfrutar tanto si entras como si sales a su terraza destinada a eventos. Se une todo, la claridad, el mar y los libros.
Acqua Alta, Venecia, Italia
Una original escalera, una góndola en su interior y un aparente caos hacen que esta librería veneciana tenga un encanto tan especial.
Se trata de un templo que fue construido hace más de 800 años y fue una iglesia de estilo gótico perteneciente a la orden de los Dominicos. Sin embargo, hoy día no sirve para dar culto a la fe religiosa sino al amor por la lectura.
Ptyx, Bruselas, Bélgica
En su interior no tiene nada fuera de lo común, pero me parece que esta fachada es digna de mención. Grandes genios de la literatura universal custodian su puerta. ¿No es preciosa?
Hay-on-Wye, Gales
Pequeña localidad llena de librerías (algunas al aire libre) que generalmente venden libros de segunda mano y, atención, algunas ¡no tienen dependientes!. Estas últimas se hacen llamar «Honesty bookshop» y tienen una caja donde se inserta el total la compra. Allí, evidentemente, están censurados los libros electrónicos.
Le Bal des Ardents, Lyon, Francia
Es la entrada que todo enamorado de la lectura querría tener en su casa ¿o no?
El Ateneo, Buenos Aires, Argentina
El Ateneo es una de las librerías más populares entre los lugareños y turistas de Buenos Aires. En 2008, fue nombrada por The Guardian como la segunda librería más hermosa del mundo. Originalmente era un teatro en 1919 y una sala de cine a finales de los años 20.
Un viejo diario de su abuelo datado en 1954 ha servido de inspiración (y también de fondo) a la artista Kris Sanford para realizar su proyecto «Entre líneas» (Between the lines).
Utilizando fotografías antiguas que representan el contenido del texto ha creado esta serie que a mí, personalmente, me encanta (la idea y el resultado).
Puedo leer en casi cualquier sitio. En casa suelo hacerlo en el sofá o en la cama (muy original). Pero mi favorito, sin duda, la cama.
¿Marcapáginas o una pieza de papel al azar?
Ambas cosas y al azar siempre. Lo que encuentre más a mano. Sin preferencia.
¿Puedes parar de leer o tienes que detenerte al terminar un capítulo o un determinado número de páginas?
Intento dejar un capítulo terminado. Pero si no es posible (generalmente porque me quede dormida), tampoco me preocupa… Ya retomaré en cuanto pueda volver a la lectura.
¿Comes o bebes mientras lees?
SI. ¿Hay algo más placentero?
¿Ves televisión o escuchas música mientras lees?
No. Silencio.
¿Un libro a la vez o varios al mismo tiempo?
Soy bastante cambiante así que siempre tengo empezados varios libros y los alterno según me apetezca en cada momento.
¿Leer en casa o en cualquier parte?
Cualquier parte. Libro en la mochila, por si las moscas.
¿Leer en voz alta o en tu cabeza?
A veces me sorprendo leyendo en voz alta, pero eso suele ocurrir cuando tengo que releer algo que no he entendido a la primera. Normalmente leo en silencio.
¿Alguna vez lees páginas adelantadas o te saltas algunas?
Nunca. No le veo la gracia.
¿Romper el lomo o dejarlo como nuevo?
¿Eh?
¿Escribes en tus libros?
Sí, suelo anotar, subrayar y marcar. Me gusta hacerlo porque de un simple vistazo puedo localizar rápidamente mis impresiones. Intento, a ser posible, hacerlo a lápiz.
En 1923, viviendo en Berlín, Kafka solía ir a un parque, el Steglitz, que todavía existe. Un día encontró a una niñita llorando, porque había perdido su muñeca. Kafka inventó al instante una historia: la muñeca no estaba perdida, sólo se había ido de viaje, para conocer mundo. Y le había escrito a su dueña una carta, que él tenía en su casa y le traería al día siguiente. Y así fue: esa noche se dedicó a escribir la carta, con toda seriedad. (Dora Diamant, que cuenta la historia, dice: «Entró en el mismo estado de tensión nerviosa que lo poseía cada vez que se sentaba a su escritorio, así fuera para escribir una carta o una postal»).
Al día siguiente la niña lo esperaba en el parque, y la «correspondencia» prosiguió a razón de una carta por día, durante tres semanas. La muñeca nunca se olvidaba de enviarle su amor a la niña, a la que recordaba y extrañaba, pero sus aventuras en el extranjero la retenían lejos, y con la aceleración propia del mundo de la fantasía, estas aventuras derivaron en noviazgo, compromiso, y al fin matrimonio e hijos, con lo que el regreso se aplazaba indefinidamente. Para entonces la niña, lectora fascinada de esta novela epistolar, se había reconciliado con la pérdida, a la que terminó viendo como una ganancia.
Privilegiada niñita berlinesa, única lectora del libro más hermoso de Kafka. Me han contado, y quiero creer que es cierto, que el gran estudioso de Kafka, Klaus Wagenbach, buscó durante años a esa niña, interrogó a vecinos del parque, revisó el catastro de la zona, puso avisos en los diarios, todo en vano. Y hasta el día de hoy visita periódicamente el parque Steglitz, examina a las señoras mayores que llevan a jugar a sus nietos… La niña ya debe de ir para los noventa años, y es difícil que la encuentre. Pero el esfuerzo vale la pena. Esas cartas de la muñeca lo tienen todo para hacer soñar no sólo a un editor como Klaus Wagenbach.
Fragmento de artículo en El País por Cesar Aira
8 de mayo de 2004
Leyenda urbana o no, esta curiosísima historia en la vida de Kafka me ha dejado una ternura indescriptible. Este fragmento inspiró al autor catalán Jordi Sierra i Fabra a desarrollar todas esas cartas y recopilarlas en su libro Kafka y la muñeca viajera, publicado en 2006 y galardonado con el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil, durante el año 2007.
Cualquiera que me conozca y me escuche sabe que mi género literario preferido es la distopía. Con Orwell de cabecera siempre.
Inmersa en la lectura de El cuento de la criada e impactándome sobre la marcha, voy buscando información por la red referente a esta obra y sobre todo a su autora, Margaret Atwood.
No sé porqué razón tenía la idea de que esta señora estaba muerta (como pasa con la mayoría de autores que leo) pero cuál ha sido mi sorpresa cuando me entero de que vive y colea. De hecho, hasta ha colaborado con un cameo en la adaptación que ha lanzado HBO de esta novela.
Llevo algún tiempo observando la campaña desmesurada que se hace para «rescatar» figuras femeninas del ámbito artístico o literario (entre otros). La mayoría de las mujeres que protagonizan esta campaña están muertas, y en muchos casos murieron sin reconocimiento (casualmente como muchos grandes autores que he leído). Yo, encima, con ansia, me pongo a buscar las peculiaridades de estas mujeres pero a veces me encuentro con que el filtro que se usa para rescatarlas es sumamente amplio. Y me entristece.
Es evidente que este bombardeo tiene una muy buena intención: darles la visibilidad que no recibieron en su momento pero ¿es práctico?. Me explico: ser conscientes de que hubo (y aún hay) poca visibilidad femenina nos tendría que llevar a dar su lugar a mujeres originales como Margaret Atwood actualmente, en vida. Y a descartar a otras, también en vida. Cómo se ha hecho con muchos hombres también. ¿Lo hacemos?
En una entrevista, la propia Atwood dice que hay que tener cuidado con el feminismo moderno, porque a veces “te encuentras apoyando un paquete que incluye cosas que nosotros no apoyábamos”.
Soy la primera que tengo iconos femeninos demasiado muertos ya. Pero a partir de éstos, de su mirada y de su trayectoria está mi baremo particular para filtrar otros muchos. No obstante esta vara de medir mía no es distinta ni flexible para mujeres, porque considero que iría en detrimento de ellas.
No soy quién para aconsejar pero por favor, equilibrio y criterio. Que estamos en crisis.
Por esas coincidencias que a veces parecen estar conspirando para decirnos «reflexiona sobre esto», he escuchado estos últimos días varias opiniones de autoras sobre si existe o no una diferencia en cuanto a género a la hora de crear. En este caso trataremos la literatura, porque es la temática que nos ocupa, pero se podría extrapolar el debate a cualquier ámbito cultural.
Una Almudena Grandes que sostiene que si ella pudo aprender tanto de Moby Dick (novela escrita por un hombre donde la única protagonista femenina es una ballena asesina) los hombres pueden, por consiguiente, ver a través de nuestros ojos.
Una Rosa Montero que defiende un NO rotundo haciendo comparación con la forma de asesinar, en la que sí hubo y hay diferencia.
Y una Inma Chacón que se pregunta cómo se nos ocurre hoy en día preguntar a una mujer si escribe para mujeres, cuando a nadie se le ocurrió cuestionar a Flaubert si su obra Madame Bovary era literatura para féminas.
Todo esto lo escuché en el programa de radio sobre literatura «La Milana Bonita» que sigo hace algunos meses y que recomiendo a quien no lo conozca.
Y, hoy mismo, veo a Ana Morgade en los Premios Max 2017, con tono humorístico, denunciando el patriarcado anclado en nuestros comentarios que, en este caso se lo hizo un chico, pero oye, yo hasta me lo imagino en boca de una mujer. Ella sostiene que «no podemos escribir tan distinto, igual lo que pasa es que escuchamos muy distinto».
Todas ellas viven su propia lucha y la defienden como mejor saben, con talento y perseverancia. Cuantas habrá de las que no sabemos que existen, ni sabremos.
Recuerdo también a una Carmen Laforet contestando en entrevistas constantemente cómo compaginaba su vida familiar y su trabajo como escritora. Pregunta inexistente para los autores padres de familia.
Me voy a mis apuntes corriendo, buscando el resguardo de Virginia Woolf y recordando que ella SÍ hacía tal diferenciación y temiendo que sus palabras hayan quedado ya obsoletas. Es curioso su enfoque y, desde mi punto de vista, va más allá. No olvidemos que los siguientes textos están escritos en 1928.
Sería una lastima terrible que las mujeres escribieran como los hombres, o vivieran como los hombres, o se parecieran físicamente a los hombres, porque dos sexos son ya pocos, dada la vastedad y variedad del mundo.
(…) escribía como una mujer, pero como una mujer que ha olvidado que es una mujer, de modo que sus páginas estaban llenas de esta curiosa cualidad sexual que sólo se logra cuando el sexo es inconsciente de sí mismo.
Sólo se me ocurre decir, breve y prosaicamente, que es mucho más importante ser uno mismo que cualquier otra cosa. No soñéis con influenciar a otra gente, os diría si supiera hacerlo vibrar con exaltación. Pensad en las cosas en sí.
En La Milana Bonita se cita a Ortega y Gasset: «Yo soy yo y mis circunstancias» tomando nuestra condición de mujer como una circunstancia más que, obviamente, influye en la forma de expresarnos. Mucho más cerca esta teoría a la de Virginia Woolf que las de las autoras contemporáneas.
¿Qué opinión os merece este batiburrillo de ideas que acabo de soltar, ahí, por las buenas?
El libro como objeto es un buen recurso para crear espacios preciosos y acogedores en nuestro hogar. Sólo hay que echar un vistazo a Pinterest para tomar ideas de cómo sacar partido a nuestros libros en favor de la estética. No obstante, hoy no vamos a hablar de decoración, sino de arte.
Y es que hacía ya tiempo que me rondaba la idea de recopilar las obras de estos 4 artistas que crean sus esculturas o pinturas a partir de libros o documentos tales como revistas o periódicos. Empezamos.
Alicia Martín, Madrid, 1964
Aunque desarrolla su obra en diferentes disciplinas (escultura, fotografía, vídeo, instalación y dibujo) es la escultura el campo en el que ha obtenido mayor reconocimiento. A principios de los años 90 comienza a trabajar con libros, el elemento que se ha convertido en una de sus señas de identidad.
Nick Georgiou, Nueva York, 1980
Se vale de trozos de papel, libros y periódicos que se unen entre si para dar forma a algo nuevo e inesperado. Reciclaje convertido en arte.
Ekaterina Panikanova, San Petesburgo, 1975
Crea maravillosas pinturas sobre libros y documentos antiguos, los cuales utiliza a manera de “capas”, que dan forma a espectaculares obras de arte a gran escala.
Mike Stilkey, California, 1975
Siempre se ha sentido atraído por la pintura y el dibujo no sólo en papel, portadas de discos y páginas de libros, sino en los mismos libros.