Un mar, un mar es lo que necesito.
Un mar y no otra cosa, no otra cosa.
Lo demás es pequeño, insuficiente, pobre.
Un mar, un mar es lo que necesito.
No una montaña, un río, un cielo.
No. Nada, nada,
únicamente un mar.
Tampoco quiero flores, manos,
ni un corazón que me consuele.
No quiero un corazón
a cambio de otro corazón.
No quiero que me hablen de amor
a cambio del amor.
Yo sólo quiero un mar:
yo sólo necesito un mar.
Un agua de distancia,
un agua que no escape,
un agua misericordiosa
en que lavar mi corazón
y dejarlo a su orilla
para que sea empujado por sus olas,
lamido por su lengua de sal
que cicatriza heridas.
Un mar, un mar del que ser cómplice.
Un mar al que contarle todo.
Un mar, creedme, necesito un mar,
un mar donde llorar a mares
y que nadie lo note.
«I must disclaim the honour of having consciously worked for women’s rights…to me it has been a question of human rights.»
No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar si la vida vale o no vale la pena de vivirla es responder a la pregunta fundamental de la filosofía. Las demás, si el mundo tiene tres dimensiones, si el espíritu tiene nueve o doce categorías, vienen a continuación.
Un hombre que adquiere conciencia de lo absurdo queda ligado a ello para siempre. Un hombre sin esperanza y consciente de no tenerla no pertenece ya al porvenir. Esto es natural. Pero es natural también que haga esfuerzos por liberarse del universo que él mismo ha creado.
Nota: La edición que estoy leyendo está bastante completa y tiene muy buen precio. Yo lo compré en una librería pero también está disponible en Amazon.
En este breve texto he querido además hacer unos modestos y personales homenajes literarios: La habitación 101 aparece en el famoso libro 1984 de George Orwell, donde también la gente se enfrentaba a sus miedos. El hotel Overlook es donde transcurre la mayor parte de la historia de El resplandor, de Stephen King, y El conde de Montecristo, de Alejandro Dumas es en realidad el primer libro de adulto que leí siendo un niño.
Ramón Cerdá sobre su cuento infantil Habitación 101
Recuerdo mi infancia y las veces que lloré mientras me trenzaban la melena larga y tupida. Me acuerdo de que me ponían una bolsa de chocolatinas Smarties delante, la recompensa si aguantaba sentada a que me peinaran.
Y ¿para qué? Imagina si no hubiéramos perdido tantos sábados de infancia y adolescencia peinándonos. ¿Qué podríamos haber aprendido? ¿En qué podríamos habernos convertido? ¿Qué hacían los chicos los sábados?
Fragmento del libro «Querida Ijawele» de Chimamanda Ngozi Adichie
“Morir es un arte, como cualquier otra cosa
y yo lo sé hacer excepcionalmente bien,
tan bien, que parece un infierno,
tan bien, que parece de verdad.
Supongo que cabría hablar de vocación.”
El arpa dormida